19 de junio de 2011

Capítulo Uno: Llegada

–¿Es aquí?
–Sí, Gabrielle. Aunque lo digas en ese tono –contestó su madre, volteando los ojos.
–¿Y qué? –preguntó ella–. ¿Ahora va a decir alguien, “bienvenido a Volterra”? Ni siquiera quiero venir aquí.
–Bien, lo hubieras pensado antes de robar esa tienda, antes de reprobar casi todas las materias y antes de pasártela en la calle consumiendo drogas –le reprochó enojada su madre.
–¿Y este es el castigo? –preguntó feroz.
–Pues parece que no te gusta, así que sí.
Gabrielle se cruzó los brazos y se dejó caer en el asiento del auto.
–¿Cuándo dijiste que vendrías por mí? –preguntó de nuevo.
Su madre suspiró y la miró fijamente.
–¿Por qué lo hiciste? –inquirió por enésima vez desde que había sucedido el robo, y al igual que las demás veces que le preguntó, ella solamente la ignoró. Volteó hacia la ventana y siguió el camino desde el aeropuerto hacia Volterra en silencio.
Ella tenía sus razones, ella sabía por qué lo había hecho y su madre no hacía más que fastidiarla con preguntas que sabía que no iba a responder, entonces, ¿para qué se molestaba? Mejor que la dejara en paz.
El auto dio vuelta en un camino sin pavimentar y Gabrielle supo que habían llegado a Volterra –su infierno personal– cuando el suelo cambió hasta convertirse en una bonita calle empedrada. En realidad, tenía que admitirlo, todo allí era muy bonito.
Las casas eran grandes y era como si compitieran por cuál era la más hermosa. Gabrielle vio puestos de frutas y verduras mientras pasaban por las calles hasta llegar a la ansiada –con obvio sarcasmo– casa de su tía.
–Entonces llegamos –dijo Gabrielle resignada.
Aunque se había subido al avión, todavía esperaba que éste la llevara a unas vacaciones en El Caribe o algo por estilo, incapaz de creer que su madre en serio la llevaría a Volterra, un pueblecillo al que definitivamente no quería ir. Y luego, cuando habían bajado del avión, aunque tenía las esperanzas de que aquello no fuera ese lugar que odiaba. Sin embargo, ahora que se encontraba frente a la casa de su tía y veía a su madre que bajaba del auto, supo que todo era en serio y que en serio tendría que pasar sus vacaciones en Volterra en lugar de con sus amigas en Los Ángeles, el viaje que habían planeado desde inicio de clases. Pero, bueno, ¿qué podía hacer? Ya estaba ahí, sólo restaba tres largos meses.
Levantó la cara al cielo y murmuró:
–¿Por qué?
–Hola, Artemis –oyó a su mamá saludar a su tía en el porche delante de ella.
–Sheila –contestó ella y se abrazaron, luego Artemis inclinó la cabeza y miró a su sobrina fijamente–. ¿Así que te has estado portando mal, Gabby? Ya me contaron.
Se acercó a ella y la abrazó.
–Yo también hice mis locuras cuando era joven –le susurró al oído, cosa que hizo que Gabrielle sonriera aún estando enfadada.
Siempre era así con su tía. La enana de cabello rubio y ojos cafés siempre la hacía sonreír en los peores momentos, siempre estaba ahí si necesitaba hablar con alguien –aunque fuera por teléfono. Había sido así desde que era pequeña y cuando iba a Dallas a verla, siempre le decía que había crecido demasiado durante el tiempo que no se miraron, hasta que llegó un día en que Gabrielle pasó en estatura a Artemis.
Artemis se separó de Gabrielle y pasó su brazo por los hombros de ella, atrayéndola hacia sí misma.
–¿Entonces mi sobrina se queda? –preguntó volteando a ver a Sheila.
–Sí, ¿lo dudabas?
–Tú no eres muy estricta así que, sí, un poco –dijo con una sonrisa. A veces a su tía le gustaba hacer enojar a su madre.
Gabrielle volvió a sonreír y evitó mirar a su indignada madre.
–Bien, yo ya me voy –indicó ella y caminó de nuevo al auto–. Adiós, Artemis –se despidió y la besó en la mejilla–. Adiós, Gabby. –Intentó hace lo mismo pero ella se apartó.
–Adiós, madre –dijo ésta sin verla a los ojos.
Sheila suspiró, rodeó el auto y se subió en el lado del volante.
–Nos vemos en tres meses –dijo antes de arrancar el auto e irse.
–¿Cómo es que nunca se queda a charlar? –preguntó Artemis con un divertido gesto en el rostro.
–Ya la conoces, si se hubiera quedado más, me hubiera llevado con ella.
–Bueno, pero no va a ser tan aburrido estar conmigo acá, ¿cierto?
Gabrielle rió.
–No, por supuesto que no –contestó con una sonrisa.
En algunos aspectos, su tía seguía portándose igual de rebelde que cuando era más joven y aun no entendía bien cómo su madre había decidido dejarla con ella.
–Vamos, adentro, tengo limonada.
Gabrielle volvió a sonreír mientras caminaban hacia la casa.
–Hace mucho que no estaba aquí –dijo Gabrielle mientras caminaba hacia la cocina y se sentaba en uno de los bancos de la barra como cuando tenía cinco años e iba tan seguido a Volterra, claro que en ese entonces sus piernas quedaban colgando.
–Lo sé, hace mucho que no te veía –comentó Artemis, abrió el refrigerador y sirvió dos vasos con limonada.
–Había olvidado lo lindo que es el pueblo –agregó mirando los cuadros que pintaba su tía, colgados sobre las paredes.
Artemis puso un vaso frente a Gabrielle y tomó del otro.
–¿Puedo salir a recorrerla o estoy bajo arresto domiciliario?
Su tía se despegó el vaso de la boca.
–Obviamente no. De hecho, aún no entiendo muy bien qué es lo que pretende exactamente tu madre al enviarte acá pero no te castigaré mientras prometas dejar la droga y esforzarte en la escuela cuando regreses a Dallas.
Gabrielle lo pensó. No le gustaba mentirle a su tía, pero si tenía que hacerlo…
–Bien, prometido –mintió.

El sol entró por la ventana y ella se tapó con la almohada. Se destapó y miró el reloj sobre el buró.
–¿7:30 am? ¿En serio? ¿Por qué el sol tiene que salir tan temprano? –se quejó. Se levantó y fue a correr las cortinas, cuando ya estuvo oscuro de nuevo, se acostó en la cama y se durmió otra vez.

–Buenas tardes –dijo su tía irónica cuando Gabrielle bajó las escaleras y entró a la cocina.
–Mmm… ¿Qué hora es? –preguntó tallándose los ojos y estirando los brazos.
–Las 2:30 pm.
Gabrielle la miró con los ojos como platos.
–¿En serio?
Su tía soltó una carcajada.
–Sí. ¿Tienes hambre?
–Uy, sí. Me estoy muriendo de hambre –dijo sentándose, lista para comer.
Artemis sirvió en dos platos la sopa que había hecho y se sentó con su sobrina.
–¿Y? ¿Qué harás hoy en la tarde? –le preguntó.
–No lo sé –respondió Gabrielle sinceramente mientras se llevaba otra cucharada de sopa a la boca. Levantó la vista y vio el cuadro detrás de Artemis. Pasó la comida y dejó la cuchara en el plato–. ¿Dónde dibujaste eso? –inquirió sin despegar la mirada de la pintura.
–¿Qué cosa? –Volteó hacia atrás buscando a qué se refería Gabrielle–. Oh, ese viejo castillo. Está aquí en Volterra. ¿No lo viste cuando llegaste? Es enorme. Supongo que lo vería desde el aeropuerto –dijo y siguió comiendo como si nada.
En cambio Gabrielle no podía apartar los ojos de aquel castillo. Había algo en él que la hipnotizaba, algo extraño.
–Saldré un rato más tarde… ¿Puedo? –preguntó temiendo un no por respuesta.
–Por supuesto –contestó su tía con una sonrisa.

Gabrielle tomó su bolso, se lo cruzó por el pecho y gritó:
–¡Ya me voy! ¡Regreso más tarde, tía!
–¡Ok! ¡Ten cuidado y no vayas tan lejos! ¿Aun te acuerdas de las calles, cierto? –le contestó desde su habitación en el piso de arriba.
–¡Sí! –vociferó Gabrielle antes de cerrar la puerta detrás de ella.
Bajó los escalones del porche y miró hacia ambos lados de la calle. Volteó hacia la casa de su tía y vio si estaba mirando por alguna ventana. Ella la saludó agitando la mano derecha desde el segundo piso y Gabby le regresó el saludo.
Se encaminó calle abajo, lejos de la vigilancia de su tía. Abrió su bolsa y sacó una bolsita con pequeñas pastillitas. Se tomó una y guardó las demás. ¡Woow! ¡Cuánto las había extrañado! Lo malo era que sólo podía tomar una para que los efectos se le pasaran antes de regresar a la casa de su tía.
Siguió caminando hasta llegar a un restaurant-bar y entró en él. Estaba casi desierto, a excepción de dos chicos, una muchacha sentada en un banco riendo con un chavo detrás de la barra y un chico solitario que miraba atentamente el líquido que revolvía dentro de su vaso.
Gabrielle se sentó en la barra y esperó a que el muchacho detrás de la barra dejara de platicar con la chica y fuera a pedir su orden. Igual no tenía prisa en regresar a casa. Mientras tanto, ella volvió a abrir su bolsa, de una cajetilla sacó un cigarrillo y empezó a fumar. Cerró los ojos para disfrutar el humo pasando por su boca.
–¿Qué vas a tomar?
Gabby abrió los ojos y vio al muchacho frente a él.
–Un Martini mezclado con un poco de soda –pidió.
–¿Algo más? Tengo varios servicios que podrían interesarte –agregó giñándole un ojo.
Los efectos de la pastilla estaban empezando ya que podía sentir que la cabeza le zumbaba pero no había pasado tanto como para aceptar la proposición.
–No. Y si lo vuelves a siquiera mencionar, te rompo tu carita, corazón. ¿Entendido?
–Uy, chica ruda –se rió el chico.
Gabrielle le clavó el puño en la mejilla y él se tambaleó hacia atrás.
–Nunca más, ¿ok? –le dijo antes de levantarse del banco y salir de aquel estúpido bar.
Había tenido peores, pero en ese momento, en Volterra, no quería tener más problemas, no a menos que quisiera estar encerrada tres meses en casa de su tía.
–Hey –escuchó detrás de ella pero siguió caminando por la acera como si nada–. ¡Oye! ¡La chica que golpeó a ese maldito!
Gabrielle volteó hacia atrás y miró al muchacho que estaba sentado solo en el bar. Bufó y volvió su vista al frente de nuevo.
–¡Espera! –gritó corriendo tras ella.
Cuando por fin la alcanzó, la tomó del brazo tratando de evitar que siguiera caminando.
–Buen golpe –la felicitó jadeante debido al esfuerzo por correr tanto–. Soy Diego.
–Sí, hola –esbozó una sonrisa falsa y rápidamente la quitó, dio media vuelta y siguió su camino.
–No, no te vayas. ¿Cómo te llamas?
–Qué te importa.
–Vamos, estoy intentando ser amable.
–¿Sí? Pues yo no así que déjame en paz –espetó y caminó de nuevo. Él la siguió.
–¿Vienes de visita? No te he visto por aquí antes. ¿Es la primera vez que vienes?
–No y… ¿puedes callarte? –preguntó molesta.
–¿Entonces ya habías venido antes?
–Sí, mi tía vive aquí.
–Nunca antes te había visto, entonces.
–Hace mucho que no vengo, quizá por eso. ¿Oye, tienes ordenes de seguirme o algo por el estilo?
Él rió.
–No.
–Bien, Diego, ¿entonces te puedes ir?
–¿Qué tal si mejor te enseño la ciudad? Dices que hace mucho que no vienes.
–En realidad estaba pensando en ir a la playa… yo sola –dijo fulminándolo con la mirada.
–Genial, entonces vamos para allá.
Gabrielle bufó y no tuvo más remedio que caminar con él.
–No me has dicho cómo te llamas –le comentó él mientras caminaban.
–Gabrielle.
–Lindo nombre.
–¡Diego! –lo llamó una voz grave.
Su sonrisa se desvaneció y su rostro se tornó sombrío.
–Axel –lo reconoció antes de darse la vuelta y caminar hacia él.
Quizá esa era la oportunidad de Gabrielle para irse y quitarse de encima por fin a Diego, pero sus ojos no podían despegarse del muchacho que lo había llamado.
Era alto y rubio, su piel era dorada al igual que sus ojos y tenía el cabello despeinadamente perfecto.
La mente de Gabrielle voló al cuadro de su tía y lo relacionó con el muchacho de la capa negra frente a ella y, sin ningun fundamento, le llegó la sensación de que el castilllo y él guardaban alguna relación entre sí.

3 comentarios:

  1. Hola A.J, me leí el capitulo y está genial!!!Tienes que publicar el siguiente, eh??
    xD
    Cuídate mucho, Any

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  2. Hola A.J!!
    que lindo tu nuevo blog!! te quedo supeeer! me gusto mucho!!
    el cap estuvo genial!!jajaja ojala mi mama me castigara asi... me lleva a casa de mi tia y me deja practicamente sola, sin vigilancia de un adulto "responsable" jajajajaja que fino!!
    tienes tu otro blog abandonadooo :(
    publica pronto (en los dos blogs jeje)
    Mariu :D

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  3. Hola A.J! ^^
    Como stas?
    Wow ya t extrañabaaaa!
    Ya necesitaba d tus caps! ;)
    Espero q pronto publiques en tu otra historia! ^^
    Está novee está mega genial!
    Me E-N-C-A-N-T-A! <3
    I <3 It! n.n
    Adoré el 1er cap!
    Publik Pronto
    KiSsEs, Dany

    P.D: Ya t sigo ;)

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